Manuscrito V

Acoso radical

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―¡Fluyan mis lágrimas! ―dijo el androide. De sus ojos de cristal brotaron unas gotas de azul metálico, recorrieron su tersa cara y cayeron al suelo. No obstante, la flor que había ofrecido a la mujer permanecía firme entre sus dedos.

Ella no supo qué decir, pero se dio cuenta de que un siervo tan atrevido no era seguro y no debería ser el electrodoméstico principal de su casa. Lo desconectó de inmediato y lo devolvió al Proveedor de Siervos para que lo «inhabilitaran». «¿Dónde quedaron todos los buenos androides?», pensó. Últimamente ya no se podía confiar ni siquiera en ellos, aunque el problema, la raíz del mal, quizá fuera su prefijo.

Llamó a la Proveeduría de Héroes; necesitaba uno fresco para las faenas diarias. Un buen ejemplar de las mejores granjas sería suficiente. El trabajo doméstico no se haría tan rápido como antes y, además, ya no estaba de moda el uso de seres orgánicos, pero, al menos, estos venían emasculados de nacimiento.


Homo Vagans | El vértigo de la vida