Las olas de tu cabello se multiplican en el horizonte
y se desvanece el brillo de dos ojos
tras el mar de incertidumbres:
gota a gota las contaré
como las promesas
que aquel día
soñamos
cumplir.
Gota a gota caerán
como las sonrisas
que alguna vez
se pintaron
en mí.
Porque era verdad que la luz del amanecer
bañaba mi rostro con tus dulces palabras,
pero también lo era
que el sol no es eterno
y vendría la noche.
Y también es cierto
que las voces vuelan
y el mar es salobre.
El vacío está lleno con la brisa de nuestros suspiros,
nocturnos, dilatados:
de hastío los tuyos,
los míos de nostalgia.
Las corrientes del llanto
nos llevan a la deriva
con tu corazón extraviado
y el mío a la espera
de otra alborada
donde tú seas tú,
la misma que fue el sol de mi vida.
Tú, yo y unas cuantas estrellas
que sobreviven en la oscuridad
de la omnímoda entropía
somos realmente
el humo disperso de una hoguera antigua
cuyo fuego brotó
con tu tinta y tu aroma,
mas se apagó cuando olvidaste
que yo estaba a tu lado.
¿Qué es lo que dura para siempre?
Apenas, intuyo, las ansias de amor,
aunque muden los corazones,
aunque muden las caras,
aunque muden los nombres...
Por eso no culpo a la falta de memoria
(porque aún sabes quién soy)
sino al viento del ocaso
que extinguió tu fervor.
Por eso no culpo a la falta de voluntad
(porque amarme tú querías)
sino al tiempo, que todo lo sana,
incluso
la locura de amar.
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