Yo era una idea, apenas el atisbo de un pensamiento que se coló por la mente de un hombre al verte. Hubiera sido una palabra dulce... Empero, este hombre, furtivo, te contempló y titubeó demasiado sin decirte nada, tanto que su cabeza se calentó y gran parte de sus ideas bulleron y se evaporaron, yo entre ellas.
Sí, entiendo: lo único que él deseaba después de verte por primera vez era conocer el cielo, pero enmudeció porque se le nubló la mente.
Ahora floto a la deriva con fantasmas errantes y tristes de haber abandonado la calidez de su hogar, donde podían aspirar a salir airosos convertidos en palabras o sentirse inmortales sobre el lienzo de un papel.
Nunca fui un pensamiento para saber el porqué, pero tengo el anhelo de transformarme en una gota de lluvia, de caer algún día y de poder aterrizar sobre ti.
Quizá tú no te lo pienses tanto y abrirás de nuevo, ante él, esos ojos luminosos que me dieron vida en aquel hombre tan idealista. Tal vez tú digas la primera palabra, tímida, vacilante, rauda, no importa... Yo me encargaré del resto en cuanto me convierta en el sonido brillante de tu voz, y le haré recordar que yo estuve alguna vez allí; y será para él como un deyavú, uno donde tú pasaste delante, lo miraste fugazmente tratando de llamar su atención, pero no obtuviste respuesta.
Las nubes, como las emociones y las ideas, no son el signo definitivo de la lluvia. En las nubes, en el éter donde ahora existo, todo es devenir, y el tiempo es o céfiro o ventisca, mas nunca descansa...
No quisiera irme de aquí para precipitarme en la inmensidad del océano, perder mi identidad y hundirme para siempre en la frialdad oscura de la fosa donde terminan inertes todas las emociones no expresadas. Ojalá que llueva mientras estás aún aquí, y antes de que su corazón se atormente con un melancólico hubiera...
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