Manuscrito V

Llamada nocturna

Llamada nocturna.jpg

Es el silencio de la noche en un lugar olvidado hace mucho tiempo. De repente, escucho una voz remota que llama mi nombre entre una sucesión de palabras ininteligibles...

La oigo otra vez, rotunda, e insiste con una nube densa y oscura de sonidos que más bien parecen un conjuro. «¿Quién eres?», pregunto y estiro mi cabeza por encima de mis hombros para oler el aire frío que me rodea; es como si el viento fuera el único ser animado de esta representación petrificada de la realidad. La respuesta, si acaso cumple esa función, se manifiesta en forma de un desolador vacío acústico.

Me arrastro alargando mis extremidades con pesadez en la imitación de una fuga que adivino inútil. Entre más rápido intento moverme, más torpe se vuelve mi avance. Ansioso y exhausto, me tiro completamente al suelo, boca abajo, e intento sin éxito desgarrar el silencio con un grito que quizá alerte a no sé quiénes del deseo de ser un humano con piernas largas y manos fuertes para huir cuando sienta miedo hacia donde encontrará más humanos como él que compartirán un mismo lenguaje para decirse con una mirada afable: «Qué bueno que estás aquí»...

Escucho otra vez ese conjuro lejano que parece atravesar el vacío del espacio. No sé a dónde mirar y no sé siquiera si la fuente es algo visible o solo deba limitarme a escucharla. Escucharla como a los grillos de la noche en su incesante música de arrullo; como al primer arrullo materno cuando, recién nacido, te sirve de guía para no asfixiarte y poder vislumbrar sin temor esa pieza sólida, ignota, acuciante, llamada «mundo».

«¿Dónde estás?», más que decirlo, lo construyo con dificultad en mi cabeza, sumergida todavía en el descifre del llamado, del conjuro, de la música, del arrullo... Al instante, me doy cuenta de que el único corazón latiendo está muy por encima de mí. Entonces, comprendo que la respuesta a mi pregunta no tiene una expresión adecuada en palabras sino en la geometría imposible de las partículas que exhalo.

Ya no tengo miedo. Lentamente, y mientras voy olvidando un nombre cada vez más redundante, asciendo.


Homo Vagans | El vértigo de la vida