Manuscrito V

Servicio a domicilio

Servicio a domicilio.jpg

Todo empezó con un calor de los mil demonios en la Tierra. Muchos le llamaron «cambio climático™» y hasta hubo acalorados debates sobre si la actividad humana era la causante de tal fenómeno o se trataba de un proceso más de la naturaleza. Lo cierto es que, como en prácticamente todas las discusiones humanas, nadie tenía la razón absoluta y la causa real fue más bien una estrategia de «marketing» nacida de la desesperación.

Días atrás, en algún lugar situado entre Esunsecreto y Poresonotedigo, el Príncipe de las Tinieblas (también conocido por otros ocho mil novecientos noventa y nueve millones novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve nombres) se levantó aturdido y furioso de su trono cuando una mano chamuscada cayó sobre su cóctel de manos a la «banquier». Había un límite para la paciencia y esta mano negra fue la gota que derramó el vaso en todos los sentidos.

Desde un tiempo para acá se aceleró demasiado el proceso de ventas en su corporación, tanto que nadie en Hell Inc. supo engullir el éxito repentino. Sería una ingratitud menospreciar los jugosos frutos del jardín de las delicias del capitalismo, pero se tendría que buscar una solución si no se quería ver a Pedro Botero con diarrea. Los torrentes de condenados que adquirían la afiliación vitalicia estaban a punto de colapsar el majestuoso Palacio Infernal que alguna vez presumió de tener infinitas calderas personalizadas y eternas (una mentirilla de mercadotecnia, por supuesto).

—«Goddamn…» ¡No es justo! —Good Old Nick no lo soportó más y dio un pezuñazo al piso con un aullido metalero que llegó hasta el Cielo.

Allá en Otraparte, Él, con una sonrisa socarrona y maliciosa (si acaso se le puede llamar así), le devolvió por un agujero de gusano un escupitajo verbal que, traducido a cristiano, significa más o menos «¡Te lo dije!». Hubo algo más de significado, pero es un voynichismo para la mente humana y, aunque se tradujere, hasta el más progre™ de la Tierra se santiguaría al entenderlo. Asmodeo sí lo comprendió y se sonrojó de inmediato sintiéndose miserable. «Ni hablar, Aquel siempre ha sido todo un verbo y nunca le ganaré a echar ternos», pensó. En fin, el Padre de la Mentira tuvo que arreglárselas solo y, como buen empresario, genio de la mercadotecnia y «playboy» que era, decidió dar el siguiente paso para aligerar la nueva cruz de su milenaria compañía.

Así, a partir de entonces, nadie más tuvo que ir al Viejo Infierno a gozar de sus tormentos exclusivos. Se puso una posmoderna, amplia e inclusiva™ sede en toda la Tierra (exceptuando la Tierra del Fuego, la Antártida, la Unión Euroasiática y otros territorios reclamados por los Innominables). Todos los servicios se fueron agregando uno a uno a la sucursal para no causar alarma entre los futuros clientes por el cambio tan brusco de temperatura o la aparición repentina de personajes dantescos sin ropaje humano. Incluso el propio Lucifer tendría que esperar un tiempo hasta poner triunfalmente sus pezuñas en la Tierra pues su presencia helaría y debilitaría a cualquiera que lo viese. Entonces, se decidió introducirles poco a poco a los ingenuos humanos el novedoso concepto. El calor, además de embrutecer sus ya de por sí sofocadas cabezas, los puso en ambiente y fue el inicio del caos. Los verdugos de la humanidad fueron al principio antiguos colaboradores humanos, alumnos brillantes del Imperio de la Mentira; no obstante, una vez terminado el proceso de insensibilización, el Infierno vomitó demonios ansiosos y se inauguró oficialmente la orgía.

Poco antes de que los únicos que no merecían tales servicios se evaporaran, llegó Él y, en un arrebato de nostalgia setentera, decidió llevárselos a una discoteca celestial muy famosa. Como eran pocos los redimidos, cupieron bastante bien y se divirtieron viendo a través del holotransvisor LSD el único capítulo del Apocalipsis que se transmitió interdimensionalmente cortesía de Hellflix.

Por razones de alto secreto de Estado, «copyright» o porque no se pagó la suscripción completa, ya no se reveló información adicional sobre el destino de la Tierra. Poco después se filtró que el servicio premium más codiciado en el infierno terrenal era la muerte, aunque de seguro se trataría de una lucrativa estafa. Lo que sí es verdad fue el desasosiego de Leviatán, pues no vivió feliz para siempre (tal como se creería). Pasó varios días observando hacia el Cielo con el rostro ensombrecido. Pensaba con resentimiento en los jipis, anarquistas, comunistas, nihilistas y agnósticos (además de unos cuantos mismosdesiempre) que poblaban en armonía un territorio mucho más cómodo y lleno de recursos energéticos que el suyo. Sin duda sería una empresa difícil, pero dado que, de hecho, el Cielo no es una democracia™, de súbito se le ocurrió el pretexto perfecto para entrar en ese mercado y ofrecer sus servicios. Mammón se frotó sus garras y rió con estruendo imaginando el «hashtag» de su colorida campaña: #FreedomForHeaven.

Homo Vagans | El vértigo de la vida