Aunque dos personas hablen la misma lengua, no es posible que haya comunicación efectiva si no se realiza una traducción «intermundos».
Se dice que «cada cabeza es un mundo» y es precisamente porque, si bien se comparten experiencias y símbolos que las representan, la percepción del entorno es única para cada individuo. En consecuencia, las interpretaciones no siempre se corresponden entre las personas.
Compárese la palabra «guerra». ¿Qué significado tiene para una persona que ha participado directamente en ella, para otra que la ha vivido durante años y para quien solo la ha visto a través de los medios de comunicación? Las impresiones son distintas y, aun así, todas se unifican bajo el mismo signo lingüístico. Y un mismo signo no puede representar todos los matices del alma humana.
Entonces, cuando se establece comunicación, y antes de cualquier combate discursivo innecesario, es preciso tener en cuenta la diferencia de mundos. Aunque no son la solución definitiva, el uso de datos verificables, la contextualización, la delimitación de conceptos, entre otros, pueden servir para mejorar el diálogo si se cuenta con la voluntad y apertura suficientes. E insisto: si se cuenta con la voluntad y apertura suficientes.
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