Manuscrito V

Una visita inesperada

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Un leve golpe en la puerta de mi casa (quizá solo unos dedos que se deslizaron en la superficie) fue suficiente para interrumpir un pensamiento nocturno ahora olvidado. No me agradan las interrupciones de desconocidos, quitan valioso tiempo y, como tengo pocas pertenencias, me sentí igual que un vagabundo despojado súbitamente de su perro fiel.

Un segundo más tarde estaba poniendo en duda aquel sonido. Entonces, me dispuse a clasificar unas hojas dispersas a mis pies, llenas de garabatos incomprensibles capaces de hacerme desistir tantas veces en el pasado. Podría hacerlo en algún momento después, pero no en esa madrugada. Una sensación de urgencia me impidió siquiera imaginarme el origen de tantos papeles...

Necesitaba abrir la puerta y comprobar por mí mismo que nadie la había tocado. Me arranqué de mi asiento e hice el esfuerzo por acercarme gateando, sigilosamente, a la entrada con el afán de preservar un poco de mi paciencia. Fue un fastidio, pero esperé a que el sonido sordo y torpe de mis rodillas en el piso cesara antes de poner mi oreja en la puerta.

Podría ponerme de pie y darme cuenta por algún reflejo exterior si realmente había un visitante a la espera. Podría abrir la puerta, o por lo menos la ventana para cerciorarme, pero no lo pude hacer. O no quise, porque sentí que sufriría de vergüenza si alguien viese mi propia imagen y mis ojos fisgoneando. Peor aun: que no hubiera nadie.

Me quedé escuchando durante un tiempo indefinido mientras me culpaba de lo tonto que fue creer en un silencio profundo roto por un sonido imaginario. «Culpa, en realidad, del persistente tinnitus que me acompaña desde hace mucho», me dije para tratar de resolver el problema y volver a mis ocupaciones. Indeciso, me dirigí a mi habitación reptando lentamente para evitar que, si alguien de verdad esperaba en la puerta, mi presencia fuese advertida.

Tenía un larga lista de tareas que años antes había comenzado y seguían esperando para ser completadas. Cuando pasó por mi mente aquello, me dio vértigo, me detuve y me aferré al suelo. «¿Algún día terminará la lista?», me pregunté mientras buscaba a tientas un viejo reloj de bolsillo bajo el voluminoso abrigo que me puse para soportar el frío de la madrugada. Tener la ilusión del tiempo en mis manos me dio cierta estabilidad, y solo así pude continuar. Apenas hube cruzado la mitad del camino, me arrepentí y volví la atención a la puerta. Podría esperar atentamente a que llamaran de nuevo y entonces mis dudas se disiparían. Eso hice…

No supe cuánto tiempo me quedé dormido, pero desperté repentinamente cuando un sueño se confundió con la realidad y percibí que la llamada, casi una caricia sobre la puerta, había vuelto a escucharse. Esta vez no debía de estar equivocado. Intenté darme prisa, levantarme y correr, pero fue imposible debido al pesado abrigo que se enredaba en mis pies y me hacía tropezar. Tuve que arrastrarme mientras mis rodillas se partían y sangraban al contacto con el áspero suelo.

Ignoro cuánto tiempo pasó hasta que alcancé la puerta y pude abrirla, pero me supo a eternidad. No vi a nadie delante ni a ambos lados de la oscura calle. Solo pude escuchar el ruido de alguien corriendo a lo lejos, perdiéndose en la negrura de la noche. Al instante supe quién era y también por qué había sido tan paciente en esperar a que yo abriese. Pero la paciencia no es infinita.

Intenté gritar su nombre, pero no fui capaz de articularlo. Quise correr detrás, pero tuve miedo de dejar la puerta abierta a esa hora. Tampoco la iba a cerrar para salir en su búsqueda pues no traía la llave conmigo y me quedaría fuera...

Sabía que estaba buscándome porque necesitaba ayuda. Tal vez quería atenuar su soledad conversando con otro solitario. Quizá aún sentía mi obstinada partida y deseaba abrazarme para aliviar un poco su añoranza. De seguro creyó que yo no estaba en casa o que estaba profundamente dormido. «¿Y si se dio cuenta de mi presencia? ¿Creería que había ignorado a propósito su llamado?». Cuándo volvería a venir hasta aquí o si ya no insistiría, eso no lo supe. Era tanto tiempo desde la última vez.

No era mi intención inundar sus cansados ojos que anhelaban mirarme de nuevo; sin embargo, la angustia de lo fortuito me superó y no pude responder a su visita. Solté mis lágrimas pensando en las posibilidades de la decepción y la amargura que pude haberle causado. Regresé la vista al fondo de mi casa donde estaba mi habitación y una mesa desordenada esperando verse libre de mis preocupaciones. Miré al piso del pasillo. Parecía que cada vez hubiera más papeles desperdigados adondequiera que me moviera, como si siguiesen mis pasos o fuesen mi sombra. ¿De dónde vienen? ¡Si tan solo entendiera qué es lo que dicen entre tanta confusión!


Homo Vagans | El vértigo de la vida